Años atípicos 2020-2021

¿EVALUAR Y PROMOCIONAR DE LA MISMA MANERA?

A pocos meses de finalizar el año y calendario académico, tanto maestro, padres de familia y estudiantes andamos desconcertados en cuando lo atípico que ha sido el presente periodo escolar. En el 2020 y 2021, desde el momento que se ordenó a la comunidad entrar en cuarentena, la escuela y los procesos académicos han sido muy intermitentes. En marzo de 2020 nos enviaron sin saber qué hacer y cómo manejar un modelo de virtualidad de la que no se tenía formación, como tampoco conocimiento de abordar una emergencia sanitaria. En junio del 2021, igual nos enviaron sin saber para dónde ir, y a la fecha, no tenemos un diagnóstico concreto sobre los aprendizajes perdidos o aprendidos durante estos dos años. De hecho, no se ha realizado un diagnóstico respecto de la situación socioemocional y socioafectiva, que indudablemente afecta la evolución de aprendizaje en niños, niñas y adolescentes. Tal aspecto, deben ser tenido en cuenta para los procesos de evaluación y promoción con miras al 2022.

 

Con base en la dinámica de la anterior situación, pareciera que el Ministerio de Educación Nacional, poco le importara lo que generó e impactó al contexto dinámico en las escuelas del país. Fuera de su preocupación por garantizar presencialidad y acceso sin condiciones lógicas, los maestros sí debemos inquietarnos por generar alternativas para que los alumnos puedan continuar en la escuela con garantías de aprendizaje; claro está, teniendo en cuenta las situaciones particulares por las cuales los estudiantes atravesaron y vienen enfrentando con las secuelas económicas, sociales y culturales de la actual pandemia.

 

De acuerdo con información observada e identificada mediante dialogo con distintos estudiantes, varios de éstos sufrieron más maltrato, en la virtualidad que en la presencialidad. Algunos han manifestado que presentaron situaciones de abandono, humillación, creación de sentimientos de culpa, chantaje, abusos sexuales, demostraciones de desamor, entre otros aspectos. Lo anterior, producto del encerramiento, la pobreza, el hacinamiento y de algunas conductas de padres o madres, de las cuales con la presencialidad no se daban cuenta. En este sentido, hechos como el maltrato entre padre y madre, entre familiares, por el consumo de alcohol u otro tipo de sustancias psicoactivas que fueron variables que influyeron en tal situación.

 

En efecto, la pandemia y el encierro, como lo declaran  algunos estudiantes,  ha generado en padres y familiares muchos problemas de intranquilidad, de ansiedad, nerviosismo, pesadumbres por pérdida de familiares y amigos; también expresan  padres y alumnos que sufrieron problemas de insomnio a causa de problemáticas de salud o desempleo, angustias y neurosis, que necesariamente afecta a toda la familia y por consiguiente trae consecuencias en los aprendices escolares, población que aún no han podido reponerse de tales secuelas.

 

Si como maestros, independientemente que seamos psicólogos o no, ignoramos estas situaciones, corremos el riesgo de equivocarnos al tomar decisiones que puedan afectar el futuro de los niños y niñas en cuanto a su evaluación y promoción se refiere. No se debe olvidar que muchas de las causas de la deserción, tiene que ver con el fracaso escolar, por eso es inminente, que antes de sentarnos a mirar la promoción y repitencia de los estudiantes, analicemos las particularidades de acuerdo a las situaciones vividas, antes y durante la pandemia, así como en la virtualidad y la presencialidad.

 

Así entonces, la situación atípica que hemos tenido que soportar, tanto los profesores como los estudiantes y padres de familia, ha afectado la dinámica formativa y pedagógica. Además de las afectaciones de salud mental, que a la fecha no se conoce el alcance de las consecuencias. Por lo tanto, este final de año escolar, y el comienzo del entrante, no se debe abordar su periodo como si nada hubiera pasado. Pues, si bien antes de la pandemia nuestros estudiantes tenían varias condiciones de impacto por pobreza de aprendizajes, como lo llaman algunos, con la pandemia esas ausencias de conocimientos se agudizaron; y por eso debemos analizar, como buscar respuesta al qué hacer, para no tomar decisiones equivocadas que de pronto puedan afectar a los niños, niñas y jóvenes de la escuela en general.

 

Antes que pensar en la repitencia de un niño, es necesario pensar e identificar en ellos, qué lo hace o lo haría más feliz. Por supuesto, sin que se motive o condicione a repetir un año, más bien, buscando cómo nivelar esas falencias producto de la atipicidad del 2021 y 2021. Como decía el escritor Oscar Wilde: “El mejor medio para hacer buenos a los niños, es hacerlos felices” y si promocionandolos, los hacemos felices, pues hagamos ello; claro está, asumiendo la responsabilidad de que el próximo año podremos brindarles las herramientas necesarias para que puedan llenar los vacíos, resultado de la pandemia de la cual ninguno estaba preparado para enfrentarla.

 

Ahora bien, para entender la situación por la cual están atravesando los niños, niñas, adolescentes y sociedad en general, es bueno tener en cuenta los diferentes estudios e investigaciones que se han adelantado por parte de distintas organizaciones. Por ejemplo, el Informe de Unicef, que menciona que 1 de cada 7 menores de edad tiene problemas de salud mental. En complemento, 166 millones de niños y adolescentes en el mundo están afectados por algún trastorno. Esto lleva a preguntarse: ¿cuántos de esos niños tenemos en nuestras aulas de clase?

 

El informe de Unicef señala algo preocupante, el hecho que antes de la pandemia se tenía conocimiento, sin que se realizaran las inversiones necesarias para solucionarlos. El estudio, publicado por el diario El Tiempo, precisa que: “los trastornos mentales son una causa importante de sufrimiento que a menudo se pasa por alto y que interfiere en la salud y la educación de los menores de edad” (Periódico El Tiempo, 6 de octubre del 2021, Uno de cada 7 menores de edad tiene problemas de salud mental).

 

Otro estudio que preocupa, es el informe de Medicina Legal de Colombia, en este se publica que en el presente año se han registrado a la fecha 179 suicidios de menores, de los cuales (101) corresponden a niños entre 15 y 17 años y (76) entre 10 y 14 años. (Periódico El Tiempo, 6 de octubre de 2021). Lo anterior me lleva a recordar que, como maestro he conocido casos y escuchado algunos estudiantes, sus deseos de suicidio. En este sentido, ¿Cuántos suicidios podremos evitar si dedicamos también un poco de tiempo a mirar lo socioemocional?

 

En concordancia con lo anterior, el 9 de octubre del presente año, una noticia se publicada y titulada: “Los servicios de salud mental han sido los más afectados a lo largo de esta pandemia”, en la cual se resalta que el 10% de los adultos en Colombia tienen algún problema mental que requiere atención. Aquí surge otras pregunta: ¿cuántos padres de familia, de los niños que tenemos en nuestras escuelas, tienen este tipo de situaciones? Lo peor, de esto es la baja asistencia y atención de estos casos. Al respecto, un informe de un representante regional de la Asociación Mundial de psiquiatría y profesor de la Universidad del Rosario, Rodrigo Córdoba aduce que: “la pandemia empeoró esas cifras a tal punto que hoy los años de vida que se pierden por discapacidad generada por este componente se han multiplicado”.

 

¿Qué hacer?

 

Desde mi punto de vista, si no comprendemos lo anterior, nos podemos equivocar tanto en el diagnóstico como en los resultados. Por lo tanto, desde mi experiencia propongo los siguiente:

 

  1. Partir del criterio que la evaluación no se agota con la calificación de trabajos y exámenes y que el número de evaluaciones no refleja calidad.
  2. Reconocer que los niveles de desempeño logrados por los alumnos son diferenciados.
  3. Analizar cuáles fueron los aprendizajes que se deseaban al comienzo del curso, cuáles se cumplieron y cuáles no.
  4. Reconocer que la evaluación como proceso de recolección de evidencias sirve para determinar el progreso de los desempeños. Las evidencias sirven para retroalimentar y para que ayude a reflexionar sobre su propio desempeño; a su vez para detectar talentos. Con base en esto se podrá generar la promoción, en el entendido que no todos los alumnos son buenos para una que otra habilidad requerida.
  5. Utilizar la evaluación para generar autoaprendizaje y que sirva también como autodiagnóstico para determinar las falencias. 
  6. Reflexionar y responder respecto a:

  • ¿Qué fue lo que aprendió?
  • ¿Qué continúa aún sin respuesta?
  • ¿Qué dudas persisten?
  • ¿Qué temas faltaron por desarrollar?
  • ¿De dónde inicio el próximo año?
  • ¿Qué aprendizajes esperaba, qué logré?
  • ¿Qué hacer para que lo no logrado se pueda lograr en el próximo año?

  • Con base en las anteriores reflexiones se propone que para el 2022, teniendo en cuenta la atipicidad de los dos años anteriores, se organicen por lo menos 4 grupos, teniendo en cuenta los desempeños y aprendizajes alcanzados durante el (2020 y el 2021):

  1. Alumnos que aún requieren mucho refuerzo porque se evidencia ausencia de desempeños, logros, competencias y habilidades.
  2. Alumnos que demuestran desempeños superficiales, que manejan términos de las guías y asignaturas, pero sin sentido.
  3. Los alumnos que manejan temáticas y conceptos, pero se evidencia dificultad para relacionarlos.
  4. Alumnos que demuestran capacidades para abordar los temas desarrollados y para relacionarlos inter y multidisciplinariamente.

En el evento que lo anterior se pueda realizar, es importante que por lo menos durante 4 semanas del 2022 los maestros reconozcan las falencias y las fortalezas que tienen los estudiantes. De esta manera, se podrá reorganizar el currículo y el plan de estudios respectivo.

 

Finalmente, desde mi punto de vista, aún no se sabe si lo que venimos haciendo es lo correcto, pero independientemente de ello, lo que sí debemos hacer, es ocuparnos para que los niños, niñas y adolescentes puedan aprender lo que han dejado de aprender. Sin duda, esto requiere de una método y técnica pedagógica que no se convierta en tortura sino en felicidad. El retomar los aprendizajes debe ser una tarea de todos, de tal manera que permita forjar una escuela alegre y más pertinente, ayudando a superar las huellas y cicatrices que dejó esta difícil pandemia.

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