Regreso a las aulas

Un camino lleno de incertidumbres, retos y oportunidades

Uno de los efectos de la pandemia actual por COVID-19 en la población de niños, niñas y adolescentes ha sido las emociones que suscitaron en ellos como tristeza, incertidumbre, angustia, frustración, entre otras, producto del encerramiento preventivo y obligado que como medida ante el virus se impuso para contrarrestar de alguna manera una pandemia de la cual ninguna persona en nuestra sociedad estaba preparada.


Recuerdo como maestro, aquel día en marzo de 2020 cuando nos reunimos en el salón de profesores con el objetivo de preparar una guía integrada para que los alumnos tuvieran trabajo académico en los 40 días que estaríamos desconectados de la presencialidad. En ese momento, nadie pensó en conectividad, nadie se preguntó cómo iban a trabajar e interactuar los estudiantes, a nadie se le ocurrió pensar en cómo nos enviarían los trabajos. La tarea era pensar en un trabajo que permitiera mantener a los alumnos en contacto con los contenidos que se habían contemplado a comienzo del año escolar, esto era lógico porque 30 o 40 días no representaba mayor problema.


En ese entonces, se nos ocurrió buscar una lectura con la cual pudiéramos, no solo encontrar la articulación de las diferentes asignaturas, sino que tuviera algo que ver con el tema de la actualidad. Afortunadamente, nos topamos con la obra Homo Deus, de Yuval Noah Harary, de la cual tomamos un aparte titulado “Ejércitos invisibles”, aquí el autor planteó que el segundo gran enemigo de la humanidad fueron las pestes y las enfermedades infecciosas.


En efecto, los estudiantes leyeron y analizaron sobre las innumerables pestes ocurridas en el mundo, por tanto, contextualizaron lo catastrófico de las enfermedades, conocieron que la bacteria yersinia pestis, que habitaba en las pulgas empezó a infectar a los humanos y como tal, montada en un ejército de ratas y pulgas, se extendió rápidamente por toda Asia, Europa y el norte de África. Los estudiantes pudieron identificar y comprender un suceso de plaga y de peste donde se produjo la muerte entre 75 y 200 de millones de personas, según lo expresa el autor (Harary, 2016).  


Con la revisión de la literatura, niños y niñas conocieron que, en la época del año 1.330 las personas le echaban la culpa a la mala calidad del aire, a los demonios o dioses enfurecidos, porque obviamente no sospechaban que existieran bacterias y virus que pudieran atacar de esa forma. En eso creo que acertamos, con la necesidad de unos contenidos contextualizados y articulados con las asignaturas, buscando además que los estudiantes no tuvieran exceso de trabajo, pues entendíamos que la situación era de cierta manera incierta. Muchos maestros, estoy seguro, hicieron lo mismo.


Sin embargo, en el desarrollo de la guía, alumnos y padres de familia cuestionaban el tema e incluso al profesor, indicaban que era muy poca la diferencia de otrora con la pandemia del 2020, pues en esta última cada uno se inventa una cosa y la otra, y que por eso no había que temerle, supuestos como que es una estrategia de los Estados Unidos, otros señalan que es de China, algunos enfatizan un modo operanti del neoliberalismo… En fin, así como los muchachos se dejaban desorientar por los medios de información y las redes. Por su parte, los adultos también lo hacíamos, pues, en un principio no sabíamos qué hacer, la desinformación a través de medios y redes era en exceso y la labor de la escuela se tornaba difícil para contrarrestar y ayudar el proceso de orientación a los niños de tal forma que tuvieran conocimiento veraz y no se dejaran manipular por las imperantes noticias falsas.  


Luego, terminada esa primera guía de consulta y enterados que el virus seguía extendiéndose, los maestros continuamos buscando lecturas que llevaran a los estudiantes a entender lo grave de la pandemia y los saturamos tanto, hasta que algunos estudiantes y padres de familia comenzaron a implorar que no más coronavirus, ni más pandemias. Tal contexto situacional, obligó a los maestros nuevamente a planear el proceso, de igual manera otros maestros en el territorio nacional lo realizaban. Y en el desespero por continuar con los contenidos, los profesores seguíamos elaborando guías de trabajo, las montábamos en las plataformas de la institución, se enviaban por correo, por WhatsApp, las dejábamos en la papelería del barrio cercano a la institución, las enviábamos por uno u otro medio y canal. El interés era que los alumnos no se atrasaran y que se pudiera cumplir con el programa. En ese entonces no pensábamos en la brecha digital y en las condiciones de pobreza en que vivían el mayor número de familias. El estrés era grande, las familias no sabían qué hacer, los niños se esforzaban a través de sus “flechas” a tomarle fotos a las tareas y enviarlas y los maestros desesperados, ya que leer trabajos de fotos mal tomadas, no era muy halagador.


Con ello, quedó claro que los estudiantes eran hábiles para tomarse selfis, pero no para tomar fotos a los trabajos académicos. Además, se identificó, por lo menos en la educación pública, que la población estudiantil que está en las escuelas no son esos millennials ni los nativos digitales de lo que tanto se habla en los círculos de las clases más favorecidas. En ello, los maestros tuvimos que enseñarles en la práctica, cómo se abría un correo electrónico, cómo se enviaba un archivo, en fin, lo que no enseñamos en las clases de informática. Por carecer de Internet y de equipos actualizados, nos tocó a la fuerza enseñarlo a todos; es decir los maestros, fuera de dedicarnos a lo específico de la asignatura, nos correspondió enseñar las herramientas de las Tecnologías de la Información y la Comunicación. De la misma manera a la gran mayoría, nos tocó aprender a la fuerza a trabajar de manera remota y utilizar nuestros recursos, pues el objetivo era llegar a esos niños de una y otra manera.


En cuanto a las familias, al principio no entendían lo que pasaba, igual andaban asustadas con el exceso de información sobre los efectos de la pandemia. Con el tiempo la gran mayoría se involucró con el trabajo escolar, se convirtieron en acompañantes de sus hijos. Es decir, también a la fuerza se vieron obligados a cumplir con la tarea que tanto les insistíamos desde la escuela y era el que se involucraran en el acompañamiento de sus hijos, pero bueno, eso es algo muy positivo, el hecho que ya los padres hayan entendido que, en el proceso de formación de sus hijos, a ellos también les corresponde su parte. Con ello se ha podido entender lo que reza la Constitución en cuanto que “la Educación es responsabilidad del Estado, la Sociedad y la Familia”.


Así entonces los hechos que se narran, visibilizan que los maestros no hemos dejado solos a los niños niñas y jóvenes, por el contrario, nos hemos preocupado por ellos, acudimos e incorporamos diferentes herramientas, como estrategias, con las cuales también nos tocó sufrir y capacitarnos de manera autodidacta, pues, ninguna entidad nos había preparado para una educación remota. Aspecto del cual tuvimos que invertir de nuestros propios recursos para obtener una adecuada conectividad, así como de elementos y aparatos con capacidad para atender la demanda de trabajos en la modalidad de virtualidad. Ni para qué hablar del trabajo que nos ha correspondido enfrentar en un entorno desconocido y vulnerable para los estudiantes; por ejemplo, los riesgos cibernéticos, la adicción a la tecnología, el ciberacoso y el acoso sexual, es decir, de todas esas conductas tóxicas que de una u otra manera afectan su vida personal, social y académica.


Por el contrario, en un medio de conectividad donde se busca empatía digital, desarrollar un pensamiento crítico relacionado con el desarrollo de capacidades y habilidades para que los estudiantes aprendan a detectar y diferenciar información falsa y verdadera, contenidos buenos para su desarrollo humano, así como de las redes sociales que puedan aceptar y con las cuales diferencien las confiables para su seguridad personal, de las potencialmente perjudiciales. En fin, hemos asumido responsabilidades que no estaban en nuestra agenda, pero que son fundamentales si en verdad queremos una educación pertinente y adecuada a las nuevas realidades sociales, tecnológicas y políticas.

 

¿Cuánto tiempo más podrán los niños soportar encierros y alejamiento de sus amigos y compañeros de estudio?


Foto Henry Sarabia Angarita. Uno de los lugares donde han tenido que pasar el confinamiento algunos estudiantes. Un conjunto cerrado de las clases menos favorecidas.


Ahora bien, así como los maestros nos hemos preocupado por el desarrollo académico, también lo hemos hecho, desde lo emocional con sus aprendices. De hecho, para el caso de población estudiantil de bajos ingresos y vulnerables hemos conocido los lugares en que ellos habitan, pues en las conversaciones lo describen, mencionan entornos con un ambiente de violencia intrafamiliar, los peligros al que están expuestos cuando habitan en inquilinatos, los riesgos en su vecindario, entre otros aspectos. Lo anterior suma a las preocupaciones que los profesores adoptan, no solo por lo laboral, tecnológico, aunado también al desasosiego por lo emocional ante la realidad de muchos niños y niñas de su ámbito estudiantil.


De otra parte, un niño o adolescente acostumbrado al juego, a la interacción, al movimiento, o como ellos indican (a la recocha, el relajo, las bromas, el chiste) deben estar extrañando su entorno educativo y social, la escuela o colegio, lo que infiere en ellos una melancolía y en algunos casos sufrimiento por un encerramiento para el cual, ni los más viejos estamos preparados. En el libro La vida en las aulas de Carlos Lomas, el autor señala que la escuela es:


(…) ese lugar donde se aprenden y olvidan cosas… es ese lugar donde se enseñan y se aprenden cosas que a veces nada tienen que ver con las cosas que ocurren fuera de las aulas. Pero también es ese lugar donde suceden cosas divertidas, donde unos estudian las lecciones y otros escriben en los cuadernos, donde habitan las ilusiones y en ocasiones también los desencantos, donde afloran las sonrisas, aunque a veces también emerge el llanto, donde se sufre con el dolor del fracaso y se goza con el placer del éxito. (Lomas, 2002, p.?)


Al respecto, y con base en los argumentos que se han expuesto, la escuela es irremplazable, los maestros somos fundamentales y el encuentro cara a cara, jamás podrá ser reemplazado por la fría relación de una pantalla o de un aparato tecnológico, por más sofisticado que este sea. No hay más alternativa que adecuar las aulas y llegar con nuevas energías y estrategias que permitan una educación más pertinente, una educación más integral, dejando de lado contenidos obsoletos y practicas retrogradas que en nada contribuyen para tener unos niños y niñas felices, ansiosos por el aprendizaje para la vida y su felicidad. Los niños merecen una escuela adaptada, no solo para soportar la pandemia, sino para que sean espacios seguros, llenos de colorido y con el acceso a los recursos que requiere los entornos formativos en una era tecnológica del 2020 en el Siglo XXI.


Bibliografía:


Harari, Y.N. (2016). Homo Deus. Breve historia del mañana. Penguin Random House Grupo editorial, S.A.S. Bogotá.

Lomas, C. (2002). La vida en las aulas. Ediciones Paidós Ibérica, S. A. España.

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